Hay un proverbio que dice no podemos tener los frutos del árbol sin sus raíces. Sin analizarlo mucho, al comernos una manzana nos ponemos en contacto con la lluvia, el sol, la tierra y sus semillas. Algo similar pasa con nosotros y nuestra cultura. ¿Y nuestros hijos? ¿Ellos se sienten al igual que nosotros identificados y orgullosos de donde provenimos, de nuestras tradiciones y costumbres?
Al vivir fuera del país de origen, nos adaptamos y cambiamos viejos hábitos para vivir en un nuevo entorno; nuestros hijos aún más. ¿Qué podemos hacer para seguir manteniendo nuestra identidad? Como dice la frase, “A nuestros hijos hay que darle raíces y alas para volar”.
Una bella labor, como padres viviendo en el extranjero, además de educar a nuestros hijos y hacerlos sentir seguros es, sin duda, mostrarles nuestras raíces. Así ellos podrán tener más herramientas en la vida y podrán sentirse orgullosos de su identidad. Probablemente tengamos que hacer cosas que no haríamos si viviéramos allá y tengamos que hacer doble trabajo, para conservar lo que tenemos y desarrollar lo nuevo; pero valdrá la pena.
No olvidemos quiénes somos y de dónde venimos. Enseñémosles y mostrémosles con orgullo y entusiasmo nuestro idioma, comida, música, tradiciones y juegos. Tenemos la responsabilidad de pasar de generación en generación nuestra herencia cultural, el material del que estamos hechos.
Raíces fuertes en el presente, acciones fructíferas en el futuro.
Por Carla Soto